viernes, 7 de septiembre de 2007

APRODEH: Normas sobre salud mental tienen grandes vacíos







Foto: CNR


APRODEH: Normas sobre salud mental tienen grandes vacíos


Lima, 06/09/2007 (CNR) - Pese a la diversidad de normas sobre salud mental, existen grandes vacíos en lo que respecta a la atención para los afectados por la violencia política, denunció Elsa Bustamante, responsable del Área de Salud Mental de la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH).
“En marzo de este año se dio el decreto del listado único de intervenciones sanitarias para el Seguro Integral de Salud (SIS) que pone en intervención preventiva la detección de los problemas de salud; pero no incluye las intervenciones recuperativas”, enfatizó.
En declaraciones al programa "Diálogo Directo" de la Coordinadora Nacional de Radio (CNR), Bustamante indicó que los casos de violencia, suicidio, depresión y ansiedad son estadísticamente grandes y tienden a incrementarse en nuestra sociedad. “Uno de los principales problemas a nivel nacional que padecen estas personas es el poco acceso al tratamiento. En Lima, hay tres hospitales psiquiátricos que son insuficientes, pero en otros departamentos no existe esta atención”, puntualizó.
Respecto a la población afectada por el conflicto armado se ha visto que en muchos países lo más efectivo es el trabajo comunitario. “Los programas comunitarios crean espacios de soporte para las personas y generan la reconstrucción de redes sociales y de memoria”.
Bustamante recordó que el régimen de Alejandro Toledo logró importantes avances en la atención al sector salud. Así, se definieron estrategias sanitarias de salud mental que fueron apoyadas con inversión extranjera para la atención a los afectados por la violencia y aquel sector de peruanos que padecen distintos problemas mentales.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Sí o sí hay que ver Sycko, de Michael Moore









Sí o sí hay que ver Sycko, de Michael Moore


Por momentos, la película Sycko, de Michael Moore, recuerda esas escenas de los filmes cómicos de antaño, donde uno sabía exactamente lo que iba a ocurrir y, sin embargo, reía a carcajadas cuando ocurría. Ver a gringos honestos y desinformados descubrir que el mundo afuera de su país no es como se lo contaron, es realmente un placer.
Por otro lado, las escenas donde Bush padre anuncia los horrores de la medicina socialista de Canadá, cotejadas con la realidad filmada en el país mencionado por el ex presidente de EE.UU., expresan con crudeza y realismo que el energúmeno que gobierna hoy la superpotencia tenía de quién heredar su inclinación por la mentira y la farsa.
Frente a los sistemas de salud de Francia, Reino Unido y Cuba, EE.UU. es algo menos que un país tercermundista pues en estos, a veces, el rostro del capitalismo tiene ciertos rasgos de humanidad que los distinguen de las grandes empresas estadounidenses vinculadas al negocio de la salud.
Los testimonios de personas que han perdido alguna parte de su cuerpo o a algún miembro de su familia por leguleyadas inventadas por las compañías que cubren los riesgos de la salud son realmente atroces.
La demostración simple, clara y directa de que cualquier empresa cuya finalidad última y única (por lo que se puede apreciar) es maximizar sus ganancias nunca, jamás, podrá ser responsable de la salud de un pueblo. Su objetivo, según declaran algunos ex empleados, es ahorrar. Y eso significa negar el mayor número de tratamientos posible.
En muchos casos, las consecuencias no son fatales pero, en otros, sí lo son y los perjudicados todo lo que pueden hacer, en ese país de las libertades, es protestar a través de una película de Michael Moore porque todas las otras instancias son sordas e indiferentes a sus quejas. Es como si les dijeran: "¿Querían una sociedad caníbal? Ya la tienen, así que a quejarse a otro lado". Y uno no puede menos que preguntarse por el grado de responsabilidad individual de los damnificados por haber aceptado durante tantos años, con deliberada ceguera, que a otros les ocurriera lo que ellos ahora denuncian.
El asombro de los estadounidenses a quienes Moore lleva al Reino Unido es mayúsculo. No pueden entender que, en esa nación, la medicina se financie con los impuestos que pagan todos los ciudadanos y que no sea un negocio infecto, como en su país donde, además de haber 50 millones de personas sin cobertura médica, los que la tienen deben lidiar con empresas que actúan con principios que, en otro lugar de la tierra, seguramente serían sancionados por atentar contra la vida y la dignidad humana.
Los bomberos que actuaron el 11-S en el ataque a las Torres Gemelas y que el Estado abandonó luego a su suerte fueron conducidos por Moore a Cuba, donde a cada uno se le aplicó un tratamiento acorde con su dolencia, pues los bomberos, para los cubanos, componen una cofradía universal.
En suma, Sycko es un alegato en favor de una conducta humana que el capitalismo salvaje de la actualidad parece incapaz de practicar.


miércoles, 5 de septiembre de 2007

La salud mental en el mundo: todo por hacer


INFORMES EN 'THE LANCET'
La salud mental en el mundo: todo por hacer
La revista 'The Lancet' publica una serie de artículos sobre estos trastornos
Investigadores de todo el mundo denuncian la crítica situación de muchos pacientes
Poca inversión, una mala gestión y la estigmatización son algunas de las barreras
Actualizado martes 04/09/2007 02:07 (CET)

ÁNGELES LÓPEZ
MADRID.- El 14% de todas las enfermedades en todo el mundo corresponde a patologías neuropsiquiátricas. Sin embargo, más de un tercio de las personas con esquizofrenia y una de cada dos con otro trastorno mental no recibe ningún tratamiento. La revista 'The Lancet' analiza, a través de una serie de artículos, la situación de estos pacientes, los retos por abordar y las posibles soluciones para alcanzarlos.
Con la idea de lanzar una llamada de atención internacional, 'The Lancet' ha reunido una serie de artículos elaborados por especialistas de todo el mundo con el propósito de dar a conocer las deficiencias que existen en torno a la salud mental, además de incentivar tanto a políticos como donantes y profesionales para que ofrezcan más ayudas en la lucha contra estas enfermedades.
Los trastornos neuropsiquiátricos engloban un gran número de patologías que van desde la esquizofrenia o la depresión hasta la adicción alcohólica. Cada año, más del 30% de la población mundial sufrirá alguna enfermedad de este tipo. Sin embargo, existen lagunas terapéuticas en casi el 90% de los países en desarrollo.
Los datos que recogen estos informes en torno a la salud mental son desmoralizadores. A pesar de algunas iniciativas, como las llevadas a cabo por la Organización Mundial de la Salud o su homóloga en Latinoamérica para concienciar sobre la gravedad de estos trastornos, poco se ha hecho para pasar de la teoría a la práctica, según denuncia en uno de los artículos Martin Prince, del Instituto de Psiquiatría de Londres, junto con otros colegas.
La base de otras enfermedades
Prince pone de manifiesto en dicho artículo, titulado 'No hay salud sin salud mental', los numerosos problemas relacionados con las enfermedades psiquiátricas. Además de todas las causas de mortalidad, incluido el suicidio, estos trastornos conllevan un mayor riesgo de desarrollar otros problemas. Un ejemplo son las patologías cardiovasculares que aparecen con más frecuencia entre las personas que sufren depresión, ansiedad o trastorno bipolar.
A esas enfermedades hay que añadir otros síntomas que para los médicos no tienen una explicación lógica, son los denominados somáticos: dolor, fatiga, mareos... o algunos síndromes como el de intestino irritable, la fibromialgia o la disfunción témporo mandibular. Estos trastornos generan cada año grandes gastos, tan sólo en Estados Unidos son responsables de un coste sanitario que alcanza cada año los 256.000 millones de dólares.
En muchos casos el flujo entre enfermedad mental y otra patología es bidireccional, es decir, una depresión puede conducir a otro trastorno o al contrario. Por ejemplo, muchas personas diabéticas desarrollan depresión asociada con alguna de las complicaciones del trastorno metabólico como la retinopatía diabética o la nefropatía.
Por otro lado, los trastornos psiquiátricos están relacionados con un peor cumplimiento de las terapias, y cuando se trata de tratamientos de enfermedades infecciosas, como el sida o la tuberculosis, las consecuencias pueden ser graves como la aparición de un mayor número de resistencias o un peor pronóstico del paciente.
Pocos programas, menos financiación
Si la situación es mala en general, los hechos llegan a ser críticos para los países en vías de desarrollo. Según un informe mundial, tan sólo el 11% de los casos graves de trastornos mentales en China recibe algún tratamiento. Esa cifra es similar, del 10,4%, cuando los pacientes viven en Nigeria.
"La mayoría de los intentos de mejorar la cobertura [para los enfermos de estos países] han sido inadecuadamente planificados y administrados", reza otro artículo de la revista. "Nuestra llamada de atención se dirige a los actores involucrados --gobernantes, agencias multi y bilaterales, donantes (que frecuentemente ignoran la salud mental), especialistas en salud mental y pública, investigadores, sociedad civil y consumidores", exponen los autores.
Según estos investigadores, procedentes de centros de todo el mundo, para mejorar la cobertura de estas personas se requeriría un gasto extra de 20 céntimos de dólar por persona y año para un país pobre y de 30 para un país de ingresos medios, es decir, un gasto de dos y tres dólares por persona, respectivamente.
Para contribuir a ese desarrollo se deben superar, no obstante, algunas barreras: priorizar la salud mental en la agenda pública de salud; mejorar la organización de los servicios relacionados con estas patologías; descentralizar la atención ofrecida en los hospitales y potenciar la ofrecida en la atención primaria; educar a más profesionales de la salud en estas enfermedades; y por último, destinar más especialistas en salud mental a puestos directivos de salud pública.

En:
http://elmundosalud.elmundo.es/elmundosalud/2007/09/03/neurociencia/1188844607.html

MI VIDA CON... / ESQUIZOFRENIA




MI VIDA CON... / ESQUIZOFRENIA
"Cuando pierdes la cabeza, sobra lo demás"




Mari luz corcuera convive desde hace más de 30 años con este trastorno mental. «Haciéndote fuerte por dentro no te vienen las paranoias de fuera», asegura.
AINHOA IRIBERRI

(Foto: Julián Jaen)
Mari Luz Corcuera tiene un día a día muy atareado. Se levanta temprano, pasea al menos siete kilómetros cada mañana, practica yoga, lee y participa en un programa de radio de la Asociación en Lucha por la Salud Mental y los Cambios Sociales (ALUSAMEN), a la que pertenece desde hace más de 10 años. Excepto porque tiene una incapacidad que le impide trabajar, esta mujer de 64 años hace una vida prácticamente normal. Sin embargo, le ha costado mucho llegar hasta aquí.
Mari Luz pertenece al 1% de los españoles que padece esquizofrenia, una enfermedad psiquiátrica que está considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una de las 10 patologías más invalidantes que existen.
«Trabajaba de maestra en un colegio religioso en Madrid, tras haberme salido de monja después de más de 15 años de servicio. Eran los últimos años del franquismo y yo era muy revolucionaria, la que llevaba al colegio las consignas del movimiento de enseñanza. En esos tiempos, animé a mis compañeros a ir a la huelga. El director del centro llamó a un comisario de policía que me dijo: 'Ya puedes irte a trabajar lo más cerca a Canarias, porque te voy a hacer la vida imposible'. Desde entonces, cada vez que veía un policía, y había muchos en la calle a finales de 1974, pensaba que venían a por mí», relata sobre los inicios de su enfermedad.
De esos primeros tiempos recuerda el miedo. «Notaba que me perseguían. Me quedaba en casa para estar a salvo y me entraba agorafobia [pánico a los espacios abiertos]. Pensaba que me iban a disparar desde cualquier ventana y tenía lo que yo llamo pensamiento transparente, creía que los demás tenían acceso a mi mente y sabían lo que estaba pensando».
Al principio, no era consciente de su dolencia. «Creía que lo que me pasaba era verdad; fui al médico porque mis amigas se pusieron muy pesadas. La psiquiatra me dijo directamente que estaba como una cabra y que, si quería que me tratara, tenía que ser en el hospital».
No recuerda bien qué fármacos le recetaron en aquella época, pero sí que no los consumía con mucha disciplina. «No era consciente de que estaba enferma. Para un esquizofrénico, aceptar la patología es media curación. Dices, ¿qué me va a hacer un psiquiatra, si a mí lo que me pasa es que me están persiguiendo?».
Sus experiencias hospitalarias le llevaban a alternar periodos de baja y alta laboral. Tenía el apoyo de familiares y amigos, pero el día a día en el colegio era duro. «Además de las paranoias, el antipsicótico que tomaba entonces -sólo de vez en cuando- hacía que se me fueran los ojos continuamente a las luces. También notaba pérdida de memoria».
En 1981, seis años después del diagnóstico, llegó la incapacidad laboral. El pronóstico que figuraba no podía ser más crudo: esquizofrenia paranoide con imposibilidad de recuperación.
A partir de entonces, deambuló por alrededor de 15 hospitales, probando diversos tipos de terapias. «Fui a un psiquiátrico privado en Palencia, porque una amiga monja se había curado allí; pero no nos dejaban entrar en la habitación, nos hacían trabajar y, además, eran todas de derechas y yo no comulgaba con sus ideas».
Uno de sus peores recuerdos es un centro en Marruecos, donde fue a parar a causa de un brote psicótico que sufrió en el transcurso de un viaje organizado. «Tenía los colchones de paja, la comida era horrible. De la rabia, tiraba los platos al suelo; además, nadie de mi familia sabía donde estaba, mis hermanos tuvieron que remover cielo y tierra para encontrarme». De entre las experiencias más positivas, destaca una clínica privada en Madrid donde le hicieron una cura de sueño. «Se me olvidó todo. ¡Qué liberación!, no me perseguía nadie».
El momento clave que cambió el curso de su enfermedad se produjo hace 20 años, cuando tomó conciencia de su problema y de la necesidad de tratarse farmacológicamente. «Un amigo vasco me dijo 'no seas ignorante, que el cerebro es química. A tí te falta algo y lo tienes que tomar'». Paradójicamente, él fue el origen de una de sus paranoias más impactantes. «Hablabamos mucho de la situación política en el País Vasco. Me empecé a obsesionar y pensé seriamente que ETA me había elegido para matar al Rey, porque al estar loca no me iba a pasar nada».
Esta obsesión recurrente fue la causa de su último ingreso hospitalario hace ya más de cinco años. Desde entonces, ha aprendido a convivir con su enfermedad a base de trabajo. «He salido de lo más profundo que uno se puede imaginar y ahora estoy encantada con la vida. Voy a yoga, a talleres, leo libros de autoestima. He orientado mi vida a tener la cabeza amueblada».
Comparte piso con una amiga que también padece esquizofrenia. El contacto con otros enfermos es constante, la mayoría de las veces a través de ALUSAMEN. Fue precisamente en una fiesta de esta asociación, donde se atrevió a recitar por primera vez unos versos que había escrito: «Nadie sabe lo que sufre un enfermo mental, cuando pierdes la cabeza, sobra todo lo demás».

FICHA PERSONAL

- Mari Luz Corcuera tiene 64 años. Fue monja hasta los 30 y a los 33, cuando ya era seglar, recibió el diagnóstico.
- Trabajaba como maestra en un colegio. Su apoyo a una huelga profesional hizo que el director avisara a la policía. Entonces empezaron los síntomas de su trastorno mental.
- Ha ingresado en cerca de 15 hospitales y centros psiquiátricos, incluyendo dos en Italia y en Marruecos. El último fue hace cinco años.
- No trabaja pero lleva una vida cercana a la normalidad. Colabora en un programa de Radio Vallekas de la asociación ALUSAMEN.
- Se trata con un antipsicótico atípico y un ansiolítico. Visita al psiquiatra cada cuatro meses. Si pudiera cambiar algo, habría empezado a tomar la medicación a diario desde el principio.
Los fármacos ayudan a controlar los síntomas.
Los antipsicóticos se introdujeron en la práctica clínica a mediados de los años 50 y sirven para disminuir los síntomas positivos de la esquizofrenia, pero no los negativos. Actualmente se emplean los denominados de segunda generación. El principal problema es la adherencia: hasta el 60% de los pacientes incumple el tratamiento.
Dónde acudir para saber más de la enfermedad.

En la Red existen numerosos recursos:

'http://www.esquizofreniabrelaspuertas.com ('el objetivo de esta web es combatir el estigma y el rechazo a los esquizofrénicos)
'http://www.esquizofreniaonline.com'
'http://es.wikipedia.org/wiki/Esquizofrenia'.
Teléfono asociación ALUSAMEN: 914778661
En su origen se implican factores genéticos y ambientales.
No se conoce con exactitud qué provoca la enfermedad, aunque se citan factores genéticos y ambientales (consumo de ciertas drogas alucinógenas o problemas sociales, como una tragedia familiar) que podrían aumentar el riesgo de sufrirla. Las últimas teorías apuntan hacia un trastorno del neurodesarrollo que se da en la gestación, pero esto es aún sólo una hipótesis.
Ideas delirantes que se combinan con momentos de pérdida de vitalidad.
La dolencia se suele reconocer por un cambio en el funcionamiento social para el que no hay explicación. Se caracteriza por dos tipos de síntomas: los denominados positivos, entre los que destacan las ideas delirantes, de las que la persona está convencida a pesar de la ausencia de pruebas, y los negativos, entre otros, el embotamiento y la pérdida de vitalidad, que son mucho más difíciles de identificar.

Un trastorno psiquiátrico que afecta al 1% de la población mundial.
Se caracteriza por distorsiones en la percepción y en el pensamiento, que interfieren con la capacidad para reconocer lo que es real, así como para controlar las emociones, pensar con claridad, emitir juicios y comunicarse. Es el trastorno psicótico más común e importante. Se suele manifestar al final de la adolescencia o a principios de la edad adulta. Los varones exhiben síntomas antes.

lunes, 25 de junio de 2007

Drogas siquiátricas: ¿medicina o curanderismo?


Drogas siquiátricas: ¿medicina o curanderismo?

por Lawrence Stevens, J.D.
Traducido por César Tort (México, DF) - cesartort@usa.net


Las drogas siquiátricas son inútiles y la mayoría de ellas dañinas. Muchas causan permanentes daños cerebrales en las dosis que comúnmente se dan. Las drogas siquiátricas y la profesión que las promueve son un peligro para su salud.

ANTIDEPRESIVOS


El Libro de texto comprensivo de siquiatría IV dice: “Las drogas de tipo triciclo[1] son el tipo más efectivo de antidepresivos” (Williams & Wilkins, 1985, p. 1520). Pero en su libro Venciendo a la depresión el Dr. Andrew Stanway dice: “Si las drogas antidepresivas fueran realmente tan efectivas como se anuncia, los índices de ingreso a hospitales por depresión habrían disminuido los últimos veinte años en que han estado disponibles. Desgraciadamente, esto no ha ocurrido.... Muchas pruebas han mostrado que los triciclos apenas son más efectivas que los placebos, e incluso se ha encontrado que algunos no son tan efectivos que ese tipo de placebos o pastillas falsas” (Hamlyn Publ., 1981, pp. 159s). En su libro de texto Terapia electroconvulsiva, el Dr. Richard Abrams, profesor de siquiatría en la Escuela Médica de Chicago, explica la razón por la que actualizó su libro: “En estos seis años ha aumentado el interés en el ECT.[2] ¿Qué ha causado este cambio de actitud en la siquiatría americana? Quizás el desencanto con los antidepresivos. No se ha encontrado que ninguno sea terapéuticamente superior a la imipramina [un triciclo], que ya tiene treinta años, y los compuestos introducidos recientemente son menos efectivos o más tóxicos que las drogas de antaño (Oxford Univ. Press, 1988, p. xi). Abrams añade que “a pesar de los alegatos de los fabricantes, ningún progreso significativo en el tratamiento farmacológico de la depresión ha ocurrido desde la introducción de la imipramina en 1958” (p. 7). En el prólogo al libro de Abrams, el Dr. Max Fink, profesor de la Universidad de Nueva York en Stony Brook, mencionó la razón por la que el uso de la “terapia” del ECT ha incrementado para la depresión: se debe a lo que llama “desilusión de la eficacia de las drogas sicotrópicas” (p. vii). En su libro Drogas siquiátricas: un peligro para el cerebro, el Dr. Peter Breggin asevera: “La cuestión más importante sobre los antidepresivos más usados es que no producen un efecto específico. De igual manera que los neurolépticos hacia los que están emparentados, son altamente neurotóxicos e inhabilitantes del cerebro y logran su impacto por medio de interrumpir el funcionamiento normal del cerebro... Sólo la ‘opinión clínica’ de los que promueven estas drogas habla de efectos antidepresivos” (Springer Publ. Co., 1983, pp. 160 & 184). Un artículo de Newsweek dice que “el Prozac... y sus primos químicos Zoloft y Praxil no son más efectivos que los tratamientos anteriores de la depresión” (7 febrero 1994, p. 41). La mayoría de la gente con la que he hablado que han tomado antidepresivos, incluyendo Prozac, dicen que esas medicinas no les funcionaron. Esto arroja dudas sobre la afirmación que el sesenta por ciento de la gente que toma medicamentos supuestamente antidepresivos se mejora.

LITIO

Se dice que el litio ayuda a la gente cuyos humores cambian repetidamente de encontrarse en júbilo a desalentado y otra vez a júbilo, etc. Los siquiatras le llaman a esto trastorno maníaco depresivo o trastorno bipolar. El litio se prescribió por primera vez como droga siquiátrica en 1949 por un médico australiano, John Cade. De acuerdo con un texto de siquiatría: “Mientras experimentaba con animales, incidentalmente Cade notó que el litio hacía más letárgicos a los animales, de manera que comenzó a administrarle esta droga a los pacientes agitados”. El texto describe éste como “un momento crucial en la historia de la sicofarmacología” (Harold Kaplan y Benjamin Sadock, Siquiatría clínica, Williams & Wilkins, 1988, p. 342). Sin embargo, si no quieres encontrarte letárgico, tomar litio difícilmente te traerá beneficios. Una persona que cree en la terapia del litio admitirá que causa “un sentimiento ligeramente depresivo y generalmente letárgico” y le llamará “letargia estándar” causada por litio (Roger Williams, “¿Una decisión precipitada?: enfrentando las secuelas de un episodio maníaco depresivo” en la revista American Health, octubre 1991, p. 20). De igual manera, uno de mis parientes fue diagnosticado de maníaco depresivo y le dieron carbonato de litio. Años después me dijo: “El litio me sacó de encontrarme arriba pero no de las bajas”. No debe sorprender que una droga que induce letargia tenga este efecto. Increíblemente, algunas veces los siquiatras afirman que el litio mantiene al margen los sentimientos de depresión a pesar que el litio, como la mayoría de medicamentos siquiátricos, producen sentimientos de desgano e infelicidad (a pesar que se llamen “antidepresivos”).

TRANQUILIZANTES MENORES / MEDICAMENTOS CONTRA EL ANSIA
Entre las drogas siquiátricas más usadas están los llamadas tranquilizantes menores: Valium, Librium, Xanax y Halcion. Los médicos que las prescriben dicen que poseen un efecto calmante contra la ansiedad y que suprime estados de pánico, o que son buenas para dormir. Cualquier persona que crea esas cosas debe ir a la biblioteca más cercana y leer el artículo “Ansiedad alta” en la revista Consumer Report (enero 1993) o el capítulo 11 de Siquiatría tóxica del Dr. Peter Breggin (St. Martin Press, 1991): ambos documentos afirman lo opuesto. Como la mayoría de las drogas siquiátricas, los llamados tranquilizantes menores no curan nada sino son meramente drogas que bloquean el funcionamiento cerebral. En ciertas pruebas clínicas para un juicio, el 70 por ciento de las personas que toman Halcion “desarrollaron pérdida de memoria, depresión y paranoia” (“La compañía Upjohn defiende una controversial droga para dormir” en Miami Herald, 17 diciembre 1991, p. 13A). De acuerdo a Newsweek (17 febrero 1992) “cuatro países han prohibido completamente ese medicamento” (p, 58). En Siquiatría tóxica, Breggin, hablando de los tranquilizantes menores, dijo: “Como la mayor parte de los medicamentos siquiátricos, el uso del medicamento eventualmente causa un incremento en los mismos síntomas que se supone la droga debe aminorar.

MEDICAMENTOS SIQUIÁTRICOS CONTRA EL SUEÑO: EL SUEÑO DISTINGUIDO DE INCONCIENCIA INDUCIDA POR MEDICAMENTOS
Contrariamente al alegato que los tranquilizantes mayores y menores y los antidepresivos son buenos para dormir, el efecto es bloquear el verdadero sueño. Cuando presenciaba clases de siquiatría con un amigo estudiante, el profesor nos dijo: “Las investigaciones han mostrado que no necesitamos dormir, pero necesitamos soñar”. La fase del sueño es la parte crítica. La mayoría de las drogas siquiátricas, incluyendo las promovidas como medicamentos para dormir o tranquilizarse, inhiben la fase del soñar induciendo un estado que parece sueño pero que en realidad es un estado inconsciente sin sueños. En otras palabras, el sueño es una importante actividad mental que es detenida con la mayoría de las drogas siquiátricas. Una revista de autoayuda aconseja: “No tomes pastillas para dormir a menos que te las prescriba un médico, y aún así no más de diez noches consecutivas. Además de perder su efectividad y convertirse en adictivas, los medicamentos que inducen el sueño reducen o previenen el estado del sueño necesario para la salud mental” (revista Going Bankers?, primer número, p. 75). En El libro del cerebro, Peter Rusell, profesor de la universidad de Rhode Island, dice: “Al dormir, especialmente en los períodos del sueño, las proteínas y otros químicos que el cerebro usa en el día se abastecen con creces” (Plume, 1979, p. 76). Experimentos sobre privación del sueño en gente normal muestran que causa alucinaciones si se continúan por el tiempo suficiente (Maya Pines, Los modificadores del cerebro, Harcourt Brace Jovanovich, 1973, p. 105). Éstas son realmente las consecuencias de tomar drogas que inhiben o bloquean el verdadero sueño.

LOS TRANQUILIZANTES MAYORES / NEUROLÉPTICOS / ANTISICÓTICOS / ANTIESQUIZOFRÉNICOS
Todo lo dicho sobre los antidepresivos siquiátricos, el litio y los llamados agentes contra el ansia (los tranquilizantes menores) no es nada comparado con los tranquilizantes mayores, algunas veces llamados “antisicóticos”, “antiesquizofrénicos” o “neurolépticos”. Incluidos en esta categoría tenemos a Thorazine (clorpromazina), Mellaril, Prolixin (flupenazina), Compazine, Stelazine, Haldol y muchos otros. En términos de sus efectos sicológicos, estos llamados tranquilizantes mayores causan miseria, no alivio.
Físicamente y neurológicamente aniquilan la habilidad de pensar y actuar, incluso en dosis comunes. Al inhabilitar a la gente, pueden detener casi cualquier pensamiento o conducta que el “terapeuta” desee detener. Pero esto es simplemente deshabilitar a la gente, no terapia. La droga temporalmente deshabilita o destruye tanto una buena parte de la personalidad de una persona como la mala. Hasta qué grado la deshabilitación que impone la droga pueda superarse al discontinuar su uso depende de por cuanto tiempo se haya administrado, y a qué dosis. Las drogas llamadas tranquilizadores mayores o antisicóticos o neurolépticos dañan el cerebro más clara, severa y permanentemente que cualesquier otras usadas en siquiatría. Los doctores Joyce e Iver Small, profesores de siquiatría en la Universidad de Indiana, critican a los siquiatras que usan “medicamentos sicoactivos que se sabe tienen efectos neurotóxicos”, y hablan de que cada vez se “incrementa el reconocimiento sobre los perjuicios a largo plazo, y a veces irreversibles, en el funcionamiento cerebral inducido por las drogas neurolépticas. En estos casos la evidencia de daño cerebral no es sutil sino patente a todas luces ¡incluso para un observador casual!” (Ciencias de la conducta y del cerebro, marzo, 1984, p. 34). De acuerdo al Dr. Conrad Swartz, profesor de siquiatría en la Escuela Médica de Chicago: “Si bien los neurolépticos alivian la ansiedad sicótica, su efecto tranquilizante aplana los finos detalles de la personalidad incluyendo la iniciativa, la reactividad emocional, el entusiasmo, la conducta sexy, el estado de alerta... Esto sucede además de reacciones colaterales como movimientos involuntarios que pueden ser permanentes, mismos que evidencian el daño cerebral” (Ciencias de la conducta y del cerebro, marzo, 1984, pp. 37s). Un reporte de 1985 en Reporte de leyes de minusvalidez mental y física indica que por fin las cortes de Estados Unidos han comenzado a considerar que la administración involuntaria de neurolépticos involucra los derechos invocados en la Primera Enmienda debido a que “las drogas antisicóticas tienen la capacidad de afectar severa y permanentemente la habilidad de un individuo de pensar y comunicarse” (“Prosiguen las demandas sobre medicación involuntaria”, enero/febrero, 1985, p. 26, énfasis añadido). En Moléculas de la mente: la nueva ciencia de la sicología molecular, el profesor Jon Franklin observó: “Esta era coincidió con una mayor conciencia que los neurolépticos no sólo no curan la esquizofrenia, sino que en realidad causan daño cerebral. De repente, se vio a los siquiatras que los usan, y a los pacientes marginados de la sociedad, como nazis o algo peor (Dell Publ. Co., 1987, p. 103). En su libro Drogas siquiátricas: un peligro para el cerebro, el Dr. Peter Breggin dice que al usar estos medicamentos que causan daño cerebral “la siquiatría ha desatado una epidemia neurológica en el mundo”, misma que “alcanza de uno a dos millones de personas por año” (op. cit., pp. 108s). En casos severos, el daño producido pos neurolépticos es evidenciado por movimientos anormales llamados discinesia tardía. Sin embargo, esta enfermedad es sólo la cresta del iceberg del daño causado por neurolépticos. Las altas funciones del cerebro son más vulnerables y son perjudicadas antes de las funciones cerebrales elementales como el control motriz. El profesor de siquiatría Richard Abrams reconoce que “se ha reportado que la discinesia tardía ocurre después de algunas pocas tomas de neurolépticos” (citado en Benjamin Wolman, El manual del terapeuta, Van Nostrand Reinhold, 1976, p. 25). En su libro La nueva siquiatría el Dr. Jerrold Maxmen de la Universidad de Columbia dice: “La mejor manera de evitar la discinesia tardía es evitar los antisicóticos del todo. Excepto para el tratamiento de la esquizofrenia jamás deberían usarse por más de dos o tres meses consecutivos. Lo que es criminal es que demasiados pacientes que no deben recibir antisicóticos los tomen (Mentor, 1985, pp. 155s). ¡Pero el Dr. Maxmen no va lo suficientemente lejos! Su caracterización de administrar los llamados antisicóticos como “criminal” es acertada si nos referimos a todas las personas — incluyendo a los llamados esquizofrénicos — aun si los neurolépticos no se administrasen el suficiente tiempo para causar discinesia tardía. El autor del prefacio de un libro de cuatro médicos dijo lo siguiente: “A final de los 1960s resumí la literatura sobre discinesia tardía... La mayoría de los siquiatras o ignoraron la existencia del problema o intentaron inútilmente demostrar que estas anormalidades motoras eran clínicamente insignificantes, o que no tenían que ver con la droga. Mientras tanto el número de pacientes afectados incrementó, así como los síntomas de los que la padecían... Existen pocos investigadores o clínicos que aún duden de la naturaleza yatrogénica [causada por el médico] de la discinesia tardía... Es evidente que mientras más se sabe acerca de los efectos tóxicos de los neurolépticos en el sistema nervioso central, más se ve la necesidad de modificar nuestras prácticas comunes de los mismos. Es muy desafortunado que muchos doctores continúen prescribiendo sicotrópicos en cantidades excesivas, y que un número considerable de instituciones mentales no tienen políticas respecto al manejo y prevención de la discinesia tardía. Si este libro que refleja las opiniones de expertos en el campo puede hacer una mella en la complacencia de muchos siquiatras, no será un logro menor (citado en William Fann et al., Discinesia tardía: investigación y tratamiento, SP Medical & Scientific, 1980). En Drogas siquiátricas Peter Breggin dice: “Los tranquilizantes mayores son drogas altamente tóxicas; son venenos para varios órganos del cuerpo. Son neurotoxinas especialmente potentes, y es común que produzcan daño permanente en el cerebro... La discinesia tardía puede desarrollarse en pocas dosis y en lapsos cortos de tiempo... Generalmente, la demencia [pérdida de las altas funciones mentales] asociada comúnmente con la discinesia tardía no es reversible... Pocas veces me he sentido más triste y abatido que cuando veo la negligencia siquiátrica sobre la evidencia que está causando efectos lobotomizantes irreversibles, sicosis y demencia en millones de pacientes como resultado estos tranquilizantes mayores (op. cit., pp. 70, 107, 135, 146).
El profesor de siquiatría Richard Abrams ha señalado que: “Los antidepresivos de tipo triciclo son ligeras modificaciones químicas de la clorpromazina [conocida en el mercado como Thorazine], y fueron introducidas como potenciales neurolépticos” (citado en El manual del terapeuta, op, cit., p. 31). Asimismo, en Drogas siquiátricas el Dr. Breggin le llama a los antidepresivos “tranquilizantes mayores enmascarados” (p. 166). El siquiatra Mark Gold ha dicho que los antidepresivos también pueden causar discinesia tardía (Buenas noticias sobre la depresión, Bantam, 1986, p. 259).
¿Por qué los llamados pacientes aceptan tales “medicinas”? Algunas veces lo hacen por ignorancia acerca del daño neurológico al que se someten por seguir las indicaciones del siquiatra. Pero muchas ocasiones los neurolépticos son forzados en los cuerpos de los “pacientes” contra su voluntad. En su libro Drogas siquiátricas Breggin dice: “Una y otra vez en mi experiencia clínica he presenciado pacientes al borde de la angustia y la indignación porque les forzaron neurolépticos... El problema es tan rutinario en el hospital que un gran porcentaje de pacientes tienen que ser amenazados con inyecciones para que accedan tomarlos” (p. 45).

EL TRATAMIENTO SIQUIÁTRICO FORZOSO ES COMO UNA VIOLACIÓN
La administración de medicamentos siquiátricos (o un llamado tratamiento de electroshock) es una especie de tiranía que puede compararse, física y moralmente, con la violación. Comparemos la violación sexual con la administración involuntaria de una medicina inyectada intramuscularmente en las nalgas, que es donde suele darse. Tanto en la violación sexual como en la administración involuntaria de drogas siquiátricas, la fuerza es usada. En ambos casos, los pantalones de la víctima se bajan. En ambos casos, un tubo es insertado en el cuerpo de la víctima contra su voluntad. En el caso de la violación, el tubo es el pene. El caso de lo que podemos llamar violación siquiátrica, el tubo es la jeringa. En ambos casos un fluido es inyectado en el cuerpo de la víctima contra su voluntad. En ambos casos se encuentra en, o cerca de, la parte trasera. En el caso de la violación, el fluido es semen. En el caso de la violación siquiátrica, el fluido es Thorazine, Prolixin u otra droga inhabilitante del cerebro. El hecho es que la invasión corporal es similar en ambos casos (si no es que peor en el caso de la violación siquiátrica como explicaré en breve) y así es percibido en la mente de la víctima de cualquiera de estos dos asaltos. Como dijo el profesor de siquiatría Thomas Szasz: “La violencia es violencia independientemente de si la llamemos tratamiento de una enfermedad mental”. Algunas personas no hospitalizadas (es decir, encarceladas) son forzados a reportarse a un doctor para recibir inyecciones que actúan sobre un largo período, como Prolixin, cada dos semanas bajo amenaza de encarcelamiento (“hospitalización”).
Pero ¿porqué es peor la violación siquiátrica que la sexual? Como dijo el cirujano I.S. Cooper en su autobiografía: “Es tu cerebro el que ve, siente, piensa, ordena y responde. Tú eres tu cerebro. De trasplantarse a otro cuerpo, tu cerebro mantendría tus memorias, pensamientos y emociones. Seguiría siendo tú mismo. El cuerpo nuevo sólo sería una vasija; el cerebro te llevaría a un lado y a otro. Tu cerebro eres tú” (El examen vital: mi vida como cirujano del cerebro, Norton & Co., 1982, p. 50, énfasis en el original).
La parte más esencial e íntima de ti no es lo que tienes entre tus piernas, sino lo que tienes entre tus orejas. Un asalto al cerebro de una persona como un “tratamiento” inhabilitador (como drogas sicoactivas, electroshock o sicocirugía) es más íntimo y moralmente más horrible que la violación sexual. Además hay otra razón por la que, en términos morales, la violación siquiátrica es peor que la violación sexual: causa lesiones permanentes en el funcionamiento cerebral. En contraste, en términos generales las mujeres se encuentran con una vida sexual funcional después de haber sido violadas (sufren de daño sicológico, pero también lo sufren las víctimas del asalto siquiátrico). No se vaya a creer que no se creerá que estoy menospreciando el trauma de la violación sexual. De hecho, he asesorado a mujeres asaltadas sexualmente como abogado y sé que cada una de la media docena de mujeres que conozco que han sido violadas posteriormente han tenido una vida sexual normal, y en la mayoría de los casos se han casado y formado familias. En contraste, los cerebros de aquellos sometidos a asaltos siquiátricos no son tan funcionales como antes debido al daño físico que les ha hecho el “tratamiento”. En un talk-show televisivo de 1990, Jeffrey Masson dijo que espera que los responsables de tales “terapias” lleguen un día a enfrentar un juicio de Nuremberg (Geraldo, 30 noviembre 1990).

DROGAS QUE DAÑAN EL CEREBRO SE LES DAN A ANCIANOS EN ASILOS
Estos mismos neurolépticos llamados antisicóticos que dañan el cerebro se administran involuntariamente a ancianos sanos en los asilos de Estados Unidos. De acuerdo a un artículo de revista: “En los asilos los antisicóticos son usados entre el 21 y el 44 por ciento de los ancianos... la mitad de los antisicóticos que se prescriben a los residentes de estos asilos no pueden explicarse en el diagnóstico que se le ha hecho al paciente. Los investigadores sospechan que es común que se usen drogas en esas instituciones como camisas de fuerza químicas: una manera de pacificar a pacientes difíciles (In Health, septiembre/octubre 1991, p. 28). Conozco dos casos de ancianos endebles en asilos que apenas eran capaces de levantarse de la silla de ruedas a quienes se les dio un neuroléptico. Uno se quejó porque que quedó en la silla de ruedas y no pudo caminar con su bastón; el otro se quedó en cama porque no pudo levantarse para al ir al baño, por lo que se defecó en la cama. Aunque ambos estaban tan incapacitados físicamente que no representaban un daño para nadie, osaron quejarse amargamente acerca de cómo fueron tratados. En ambos casos los enfermeros respondieron inyectándoles el neuroléptico Haldol que los incapacitó mentalmente, imposibilitando que se volvieran a quejar. El uso de estas dañinas drogas en asilos de ancianos que no se consideran pacientes siquiátricos muestra que el verdadero propósito de los neurolépticos es el control, no la terapia. Las afirmaciones que estas drogas son terapéuticas es una racionalización sin soporte en los hechos.

ESTUDIOS SUPUESTAMENTE DOBLE CIEGOS SON TENDENCIOSOS [3]
Estudios que indican que los medicamentos siquiátricos ayudan son de dudosa credibilidad debido a que la profesión misma es tendenciosa. Todos o casi todos los medicamentos son neurotóxicos y por esta razón ocasionan síntomas y problemas como boca seca, visión borrosa, mareos, letargia, dificultad para pensar, irregularidades menstruales, retención urinaria, palpitaciones y otras consecuencias de disfunción neurológica. Engañosamente, los siquiatras les llaman “efectos colaterales” incluso si son los únicos efectos reales que produce el medicamento siquiátrico. Los placebos (cápsulas de azúcar) no causan estos problemas. Como estos síntomas o la ausencia de los mismos son manifiestos, evaluar los medicamentos siquiátricos en supuestas pruebas “doble ciegas” significa que no son realmente doble ciegas, haciendo imposible evaluar tales medicamentos imparcialmente. Esta situación hace que el espíritu tendencioso en la profesión esté dando resultados parciales.

MODOS DE ACCIÓN: DESCONOCIDOS
A pesar de diversas teorías y afirmaciones no comprobadas, los médicos no saben cómo las drogas que usan actúan biológicamente. En palabras de Jerrold Maxmen, profesor de siquiatría en la Universidad de Columbia: “Cómo funcionan los medicamentos sicotrópicos no está claro” (La nueva siquiatría, Mentor, 1985, p. 143). La experiencia ha mostrado que el efecto de todas de las actuales drogas siquiátricas es inhabilitar el cerebro de manera general. Ninguno de estos medicamentos posee especificidad (por ejemplo para la depresión, ansiedad o sicosis) que se afirma que posee.

¿COMO “INSULINA PARA LA DIABETES”?
Se dice generalmente que tomar medicamentos siquiátricos es como tomar insulina para los diabéticos. Aunque las drogas siquiátricas sean, como la insulina, tomadas continuamente, la analogía es absurda. La diabetes es una enfermedad con una causa física, en cambio, no se ha encontrado ninguna causa física para ninguna de las llamadas enfermedades mentales. La forma de acción de la insulina es conocida: es una hormona que le instruye a las células que ingieran glucosa dietética (azúcar). En contraste, la forma de acción de los medicamentos siquiátricos es desconocida — aunque tanto proponentes como críticos teorizan que previenen el funcionamiento normal del cerebro por medio de bloquear sus neuroreceptores. Si esta teoría es correcta, la misma representa otro contraste entre la insulina y el medicamento siquiátrico: la insulina restaura una función biológica normal, pero la otra interfiere con otra función biológica normal. La insulina es una hormona que se encuentra naturalmente en el cuerpo, pero las drogas siquiátricas no se encuentran generalmente en el cuerpo. La insulina le da al cuerpo del diabético una capacidad que no tendría en su ausencia, la capacidad de metabolizar azúcar, pero los medicamentos siquiátricos tienen el efecto opuesto: éstos suprimen las capacidades mentales que la persona tendría en ausencia de la droga. La insulina afecta al cuerpo más bien que a la mente, pero los medicamentos siquiátricos inhabilitan al cerebro y por lo mismo a la mente: siendo la mente la esencia del yo verdadero.

EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos. Sus panfletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.

ACTUALIZACIÓN DE 1998
Las siguientes declaraciones las hizo el Dr. Michael Murphy, miembro clínico de siquiatría en la Escuela Médica de Harvard; el Dr. Ronald Cowan (ibid.) y el Dr. Lloyd Sederer, profesor asociado de siquiatría clínica (también de Harvard) en el libro de texto Anteproyectos en siquiatría (Blackwell science, 1998):
Litio
“El mecanismo de acción del litio en el tratamiento de la manía no está bien determinado” (p. 57).
Valproato
“El mecanismo de acción del valproato posiblemente se deba al aumento de la función GABA[4] en el sistema nervioso central” (p. 58 énfasis añadido).
Carbamasepina
“El mecanismo de acción de la carbamasepina en la enfermedad bipolar es desconocido” (p. 59).
Antidepresivos
“Se cree que los antidepresivos ejercen un efecto en subsistemas de sinapsis neuronales a través del cerebro... Prozac, Praxil y Zoloft actúan pegándose a las proteínas de retoma de serotonina presináptica... Los antidepresivos de triple ciclo actúan bloqueando la retoma presináptica de la serotonina y la norepinefrina. Los inhibidores monoaminos de oxidasa actúan inhibiendo la enzima presináptica (monoaminos de oxidasa). Estos mecanismos inmediatos de acción no son suficientes para explicar los efectos retardados contra la depresión (típicamente de dos a cuatro semanas). Otros mecanismos desconocidos deben jugar un papel en el tratamiento sicofarmacológico exitoso de la depresión... Todos los antidepresivos poseen más o menos la misma eficacia para la depresión... Sólo como la mitad de los pacientes cuyos síntomas cumplen con los criterios del DSM IV[5] de una depresión mayor se recobrarán con un una sola experiencia de al menos seis semanas de antidepresivos” (p. 54, énfasis añadido).
Comentario de Douglas Smith, creador de este sitio web: Desde luego, como la mitad de la gente que se siente desanimada o deprimida se sentirán significativamente mejor en seis semanas con o sin “medicamentos”. En realidad, lo que los siquiatras llaman “otros mecanismos desconocidos” son sólo el paso del tiempo.
ACTUALIZACIÓN DE 1999
Véanse las citas en la reseña del libro Tu medicamento puede ser tu problema de Peter Breggin y David Cohen, publicado en 1999.
ACTUALIZACIÓN DEL AÑO 2000
“Nada ha dañado más la calidad de vida individual en la sociedad moderna que la errada idea de que el sufrimiento humano se deriva de causas biológicas y genéticas y que puede ser rectificado tomando medicinas o terapia de electroshock... Si yo quisiera arruinar la vida de alguien, lo convencería que la siquiatría biologista tiene la razón: que las relaciones humanas no significan nada, que el libre albedrío es imposible, y que la mecánica de un cerebro descompuesto reina sobre las emociones y conducta. Si quisiera estropear la capacidad de un individuo de crear relaciones empáticas y amorosas, le recetaría medicinas siquiátricas: todas aplanan nuestras más altas funciones sicológicas o espirituales” (prefacio de Peter Breggin en Realidad terapéutica en acción por William Glasser, Harper Collins, 2000, p. xi, énfasis añadido).Artículo crítico del Prozac.
Drogando a niños con Ritalin para frenar la hiperactividad - comentario de la Coalición de Antisiquiatría sobre un artículo de Time intitulado “La era de Ritalin.



La Otra Desinstitucionalziación


La Otra Desinstitucionalziación.

Se trata de un cambio de mentalidad y de la cultura asistencial en salud mental.

El artículo trata de una reflexión acerca de la desinstitucionalizaciónpsiquiátrica desde un punto de vista de las Ciencias Sociales.
Reflexionando que la " Otra Desinstitucinalización" es más compleja que el simple desmonte del hospital psiquiátrico físico.
Dr. Thomas Josué Silva.Doctor en antropología social e investigador en salud colectiva y sociedad.
Brasil.


Aunque existan actualmente otras alternativas al modelo hospitalocéntrico de asistencia a la salud mental, aún asistimos en muchos escenarios sanitarios actuales al papel primordial del hospital psiquiátrico como territorio de producción de discursos fuertemente apoyados por una doxa psiquiátrica y psicológica compartida entre miembros de un mismo campo de saber que legitiman discursos y verdades sobre el fenómeno psicopatológico. Y es que no se trata solamente de la construcción de nuevas instalaciones de servicios abiertos de salud mental en las comunidades con propósitos reformistas, sino fundamentalmente de una nueva cultura en el ámbito de la atención a la salud mental que contemple las microestructuras y la vida microsocial de los sujetos que sufren de trastornos mentales graves y que son impedidos del derecho de ejercicio de sus ciudadanías. Sería un error pensar que en estos nuevos territorios de atención en salud mental extra-hospitalarios no se están reproduciendo otras formas de saberes-poderes disfrazadas de prácticas terapéuticas post-manicomiales. Tampoco es suficiente con cambios jurídico-administrativos en los gastos o presupuestos del Estado, como a menudo se apunta en los discursos políticos sobre la reforma psiquiátrica. Lo que necesitamos son reformas de “mentalidades y de prácticas en rehabilitación psicosocial”, en la dirección de una construcción epistemológica nueva hacia el futuro de la asistencia en la salud mental colectiva. Thomas Szasz, cuando debate el tema de la Reforma Psiquiátrica actual en su artículo La futilidad de la Reforma Psiquiátrica (1994:295), hace hincapié en este punto diciendo:“Finalmente, el lenguaje de la enfermedad mental nos hace buscar lugares propios en que podamos escoger al paciente mental, que nosotros constatamos debidamente como siendo el manicomio particular, el hospital mental estatal, o el centro comunitario de salud mental, el hospital general, el abrigo intermediario -cada uno aclamado como el más humano y el efectivamente más terapéutico local para el propósito que se destina, apenas para ser luego desacreditado como inadecuado y nocivo." La desinstitucionalización psiquiátrica no consiste simplemente en un intercambio de territorios; esto es, salir del hospital psiquiátrico o de su (des)construcción física. El proceso de deshospitalización genera un debate más complejo que envuelve dimensiones filosóficas, estéticas, científicas, socio-culturales, políticas y económicas. Aquello que históricamente la desisntitucionalización ha revelado es el fracaso del modelo institucional psiquiátrico total, como forma de tratamiento eficaz del “individuo que sufre psíquicamente”, pero también invita a una reflexión más profunda acerca de la reciprocidad humana en el seno de nuestras sociedades. Desde este punto de vista, podríamos pensar en una “otra desinstitucionalización” que se configuraría en una nueva relación con aquello que consideramos patológico, así como con aquellos que son considerados enfermos. No se trataría de un paradigma basado simplemente en la dualidad cura-enfermedad ni tampoco en la etiología de los trastornos, sino que habría de incorporar la dimensión salud-enfermedad mental y su relación con el contexto cultural y social. El objetivo es, pues, desarrollar una aproximación transpatológica, pues el tema de la enfermedad mental, por su naturaleza compleja, exije un caleidoscopio de miradas teóricas más allá de un cientificismo clínico o de un encasillamiento nosológico. La aproximación que las ciencias sociales han realizado sobre estos temas puede contribuir a la reflexión sobre las formas de poder, sobre las relaciones humanas, políticas y también culturales que esta cuestión exije al depararnos con una discusión que no puede ser agotada única y exclusivamente dentro de paradigmas tradicionalmente defendidos por el campo biomédico o psiquiátrico (Taussig,1995; Good,1997). En definitiva, el debate alrededor de esta problemática pide un esfuerzo teórico interdisciplinario, pues los antiguos protagonistas de la dramaturgia terapéutica no se encuentran ya seguros ni tampoco protegidos por el espacio del antiguo manicomio – territorio de florecimiento del saber-poder sobre la locura en su nacimiento (Foucault, 1987). Estamos trabajando con nuevas categorías y situaciones, con nuevas relaciones sociales y, sin duda, con nuevas formas de poder, generadas por esta desinstitucionalización que escenifica otras complejidades a niveles muy diversos: teórico, terapéutico, político y socio-cultural, fuera de los muros de la institución total. Pensamientos FinalesLa “otra desinstitucionalización” instaura una perspectiva de “despatologización” en un sentido amplio, pues la discusión no se objetiva tanto en el viejo paradigma cura-enfermedad, “la solución-cura” que define Rotelli (1990), como en la superación de este paradigma, en la búsqueda de nuevas estrategias metodológicas e interdisiciplinarias que permitan vislumbrar la dimensión sana del sujeto y la recuperación de sus relaciones con la vida social. En este contexto se enmarca nuestra propuesta de rescate de narrativas que ayuden a restaurar las historias de vida y la autonomía de los afectados por situación de sufrimiento mental. Ahora bien, no se trata de una escucha como la que es preconizada por determinados paradigmas psicológicos, en donde se mantiene el silencio con respecto a las necesidades existenciales y concretas de los actores en situación de sufrimiento, sino de una escucha que permite superar el estatus de enfermo para que se apropie de su existencia social, de su dimensión de actor social, de su propia historia de vida. Como nos sugere Robert Castel (1975:255):“Habría que hacer una llamada a los enfermos en tanto que no son solamente enfermos, a las familias en tanto que no son solamente patógenas o patológicas, ni siquiera una ‘familias de enfermos’, a unos grupos que no serían solamente terapéuticos (...) Nos daríamos cuenta, quizás, entonces, de que estos individuos y estos grupos, a partir de su lugar en la estructura social y de sus intereses concretos, son capaces de elaborar una toma de conciencia al menos de lo que no es patológico en la enfermedad y de lo que no está médicamente justificado de la situación impuesta al enfermo.”A partir de estas reflexiones de Castel parece oportuno pensar que la desinstitucionalización instaura un escenario de atención a la salud mental, un cambio de mentalidad, una nueva forma de relacionarnos con el fenómeno de lo “psicopatológico”. Así, por más que la medicina moderna a través de sus terapéuticas e investigaciones ha conseguido algunos éxitos en este sector, la problemática de la inserción social del enfermo mental en la sociedad, la relación entre paciente y terapeuta, la estigmatización social, los aspectos socio-culturales de la enfermedad, entre otras muchas problemáticas, estan lejos de recibir una respuesta satisfactoria. La tarea de la desinstitucionalziación es un quehacer permanente, cotidiano y necesario. La multiplicidad de territorios de atención a la salud mental en sustitución del hospital psiquiátrico existente hoy en día, como los centros de día, las casas protegidas o los centros de rehabilitación psicosocial, no están libres de reproducir nuevas cadenas de saberes-poderes, distintas, quizás, de aquellas viejas formas instauradas dentro del antiguo manicomio, tan fuertemente criticadas por los antipsiquiatras y por los anti-institucionalistas contemporáneos. Creo que a partir de las premisas aquí mencionadas podemos reflexionar sobre una posible “desinstitucionalización de la desinstitucionalziación”, en el sentido de una constante necesidad de revisión y de superación teórica y práctica del contexto de la atención a la salud mental actual. La tarea de reflexión sobre la desinstitucionalización aún prosigue y persiste, sea en los nuevos territorios de salud mental que se delinean en nuestra actualidad o intentando olvidarnos de los antiguos horrores practicados en el viejo manicomio. Como reflexiona Saraceno (1999:75):“Es por eso que la experiencia de la transformación cotidiana de la vida de lo que yace en el manicomio es el fundamento para cada posible liberación del enfermo de la centralidad ordenante de la psiquiatría, dentro y fuera del manicomio“.A partir de eso, creo que estamos enfrentando un nuevo desafio en la contemporaneidad sobre la problemática de la desinstitucionalziación psiquiátrica. No más a “la negación de la institución” propuesta por Basaglia (1968), la desconstrucción del manicomio físico, más seguramente, la necesidad de la desconstrución del manicomio mental con su carga simbólica (Guyotat, 1994). Tras un desarrollo de una nueva cultura de la asistencia y de la promoción de la salud mental colectiva, comprometidas con la diversidad socio-cultural de aquellos sujetos que se encuentran en situación de sufrimiento mental severo. En este sentido, no bastaría eliminar los manicomios y suponer con eso, que estaríamos haciendo una desisntitucionalización verdadera. Todavía, pensar en un proyecto de desisntitucionalziación hoy, es sin duda, enfrentar una sociedad en transformación, con formas de vida social diversas. Donde cada vez más necesitamos de un acercamiento mayor hacia los sujetos sociales que estamos intentando asistir o cuidar. Es decir, escuchar sus reales necesidades como hombres y como cuidadanos. Así, más que desmontar hospitales psiquiátricos, estamos delante de enfrentamientos socio-culturales complejos mediados por políticas e ideologías complejas, más que delineamientos técnicos de sector, necesitamos pensar en la relación entre el cuidadano y la sociedad, del mismo modo, como en la correspondencia de esta relación, con el campo de salud y enfermedad. Como nos aclara otra vez Basaglia (1982:47): “Lo que debe transformarse para poder transformar a las instituciones y a los servicios psiquiátricos (como por otra parte todas las instituciones sociales), es la relación entre ciudadano y sociedad, en la que se inserta la relación entre salud y enfermedad. O sea, reconecer como primer acto que la estrategia, la finalidad primera de toda acción es el hombre, sus necesidades y su vida dentro de una colectividad que se transforma para alcanzar la satisfacción de estas necesidades y la realización de vida para todos”.De esta forma, creo que el proyecto de la desisntitucionalización, deba contemplar un cambio en la mentalidad inmanentemente patógena apoyada en el binomio cura-enfermedad. Quiero afirmar con eso, no la negación de lo patológico, sino la busca de otros caminos posibles de escucha social renovados, donde la dimensión del sano también pueda ocupar su lugar en la tomada de conciencia por parte de los propios sujetos denominados de “enfermos” de lo que no es patológico en sus propios discursos. Es decir, despatologizar el discurso del “enfermo”, hacia el encuentro con sus narrativas socio-culturales concretas y, vislumbrar más allá de la enfermedad, cuál es su lugar en la estructura social en que vive.

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El mito de la depresión biológica


El mito de la depresión biológicapor Lawrence Stevens, J.D.

Traducido por César Tort, Ciudad de México, México

Se supone que la infelicidad es el resultado de una anormalidad biológica que a veces se le llama “depresión endógena” o “depresión clínica”. En su libro El cerebro quebrantado: la revolución biológica en la siquiatría, la Dra. Nancy Andreasen de la Universidad de Iowa dice: “El antiguo término endógeno implica que la depresión ‘crece de adentro’, que está biológicamente causado, implicando que los eventos dolorosos y desafortunados como perder un empleo o un amante no pueden ser considerados causas” (Harper & Row, 1984, p. 203). Asimismo, en 1984 la columnista Joan Beck del Chicago Tribune afirmó: “Los trastornos depresivos son básicamente bioquímicos, no causados por eventos o circunstancias ambientales o relaciones personales” (30 julio 1984, p. 16). El concepto de depresión biológica o endógena es importante para la siquiatría por dos razones. Primero, es la más común de las supuestas enfermedades mentales. Como el Dr. Victor Reus escribió en 1988: “La historia del diagnóstico y tratamiento de la melancolía puede servir como una historia de la siquiatría misma (en H.H. Goldmann, editor, Reseñas de siquiatría general, 2ª edición, Appleton & Lange, 1988, p. 332). Segundo, todos los “tratamientos” siquiátricos para la depresión — sean drogas, electroshock o sicocirugía — se basan en la idea que la infelicidad que llamamos “depresión” es causada por una malfunción biológica más bien que por la experiencia diaria. Esta idea errónea en la causalidad biológica justifica lo que en realidad es un uso injustificado de terapias físicas, y a la vez éstas justifican la existencia de la siquiatría como una especialidad médica distinguible de la sicología o del simple asesoramiento.
Actualmente muchos profesionales y gente común creen que la depresión puede estar acusada por un “desequilibrio químico” en el cerebro a pesar que ninguna de las teorías sobre estos desequilibrios hayan sido confirmadas. La Dra. Andreasen habla de algunas de éstas en su libro El cerebro quebrantado.
Una de las teorías que describe es su creencia que la “depresión” (algo que yo prefiero llamarle tristeza o aflicción) es el resultado de anomalías neuroendócrinas indicadas por una cantidad excesiva de cortisol en la sangre. Como demostración de esto menciona la prueba o test de supresión de dexametasona, o DST. Sin embargo, se encontró que estaba equivocada la teoría detrás de esta prueba y las afirmaciones sobre su utilidad porque, en palabras de la Dra. Andreasen: “Muchos pacientes con depresiones bien definidas tienen DSTs normales” (pp. 180ss). Un artículo de la revista Escuela médica de salud Harvard llegó a una conclusión similar. El artículo titulado “Diagnosticando la depresión: ¿qué tan bueno es el DST?” reportó que: “Por cada tres pacientes con DST anormal, es probable que sólo uno tenga una verdadera depresión... e incluso una gran parte de deprimidos tienen resultados normales de DST” (julio 1984, p. 5). Similarmente, en un artículo de noviembre de 1983 en Archivos de medicina interna, tres médicos concluyeron que: “Los estudios realizados no fundamentan el uso del ST [test de supresión] de dexametasona” (Dr. Martin Shapiro et al., “Diagnósticos de laboratorio tendenciosos en la práctica médica sobre la depresión”, Vol. 143, p. 2085). En su libro de 1993 ¿Sucede en tu familia?: depresión, la Dra. Connie Chan reconoce que: “Aún no hay una prueba biológica para la depresión” (Bantam Books, p. 106). Sin embargo, a pesar de todo este descrédito, a algunos siquiatras orientados al biologismo les gustan las explicaciones biologistas respecto a la infelicidad humana, tanto así que continúan usando el DST. Por ejemplo, en su libro Buenas noticias sobre la depresión, el siquiatra Mark Gold dice que continúa usando el DST, y añade que esta prueba es “altamente solicitada como la prueba diagnóstica de depresión biológica” (Bantam, 1986, p. 155, énfasis en el original).
En El cerebro quebrantado, la Dra. Andreasen también describe lo que llama “la teoría más aceptada sobre la depresión, la hipótesis de la catecolamina”. Luego añade que “esta hipótesis es más una teoría que un hecho” (p. 231), y que “sugiere que los pacientes que padecen depresión tienen un déficit de norepinefrina en el cerebro” (p. 183), siendo esta sustancia “uno de los principales sistemas de catecolamina en el cerebro” (pp. 231s). Una manera de evaluar la hipótesis de la catecolamina es estudiar uno de los derivados de la misma en la orina, el denominado MHPG. La gente con la llamada enfermedad depresiva “tienden a tener índices más bajos de MHPG” (p. 234). De acuerdo con la Dra. Andreasen, el problema con esta teoría es que “no todos los pacientes con depresión tienen bajo el MHPG” (ibid). Por lo mismo, concluye que esta hipótesis “no ha explicado aún el mecanismo que causa la depresión” (p. 184).
Otra teoría es que la infelicidad o aflicción severa (“depresión”) es causada por bajos niveles de otro químico cerebral, la serotonina. Un panel de expertos reunidos por la Oficina del Congreso sobre Evaluación Tecnológica reportó en 1992 que: “Las principales hipótesis de la depresión se han enfocado a un funcionamiento alterado del grupo de neurotrasmisores llamados monoaminos (epinefrina, dopamina, norepinefrina, serotonina), particularmente a estos dos últimos... Hasta la fecha, los estudios del autoreceptor norepinefrina en la depresión no han encontrado evidencia específica de una anormalidad. Tampoco hay evidencia clara que relacione la actividad anormal del receptor serotonina en el cerebro con la depresión... La información que se tiene no representa evidencia consistente de niveles alterados del neurotrasmisor o de una suspensión de la actividad normal del receptor” (La biología de los trastornos mentales, U.S. Gov’t Printing Office, 1992, pp. 82 & 84).
Pero incluso si se demostrara que existe una anomalía biológica asociada a la depresión, nos podríamos preguntar si ésta es causa o efecto del padecimiento. Al menos un estudio de escaneo cerebral (emisión positrónica de tomografía, el escaneo “PET”) mostró que el simple hecho de pedirle a gente normal que imagine una situación que los haga sentir muy tristes, resultó en cambios significativos de flujo sanguíneo en el cerebro (Dr. José Pardo et al., “Correlaciones neurales en disforia autoinducida” en el Journal americano de siquiatría, mayo 1993, p. 713). Futuras investigaciones probablemente confirmarán que son las emociones las que causan cambios biológicos en el cerebro, más bien que cambios biológicos en el cerebro causen emociones.
Una de las teorías más populares de la depresión causada biológicamente es la de la hipoglicemia. En su libro Luchando contra la depresión, publicado en 1976, el Dr. Harvey Ross dijo: “En mi experiencia como siquiatra ortomolecular, veo que muchos pacientes que se quejan de depresión tienen hipoglicemia (bajos índices de azúcar)... Debido a que la depresión es común en gente con hipoglicemia, cualquier persona deprimida sin una causa clara debe sospechar que puede tener baja el azúcar” (Larchmont Books, pp. 76, & 93). Pero en su libro ¿Tienes una enfermedad depresiva? publicado en 1986, los siquiatras Donald Klein y Paul Wender ponen a la hipoglicemia en la sección titulada “Enfermedades que no causan depresión” (Plume, p. 61). La idea de la hipoglicemia como causa de la depresión también fue rechazada en el artículo “Hipoglicemia: ¿hecho o ficción?” que apareció en la portada de la revista Escuela médica de salud Harvard (noviembre 1979).
Otra teoría de enfermedad física como causa de la infelicidad o “depresión” es la del hipotiroidismo. En su libro ¿Pueden los sicoterapeutas dañarte? la sicóloga Judi Striano incluyó un capítulo titulado “¿Depresión o una tiroides poco activa?” (Professional Press, 1988). Asimismo, en 1988 tres profesores de siquiatría aseveraron: “Desde hace tiempo se ha sabido que el hipotiroidismo manifiesto causa depresión” (Alan Green et al, La nueva guía Harvard de siquiatría, Harvard Univ. Press, 1988, p. 135). La teoría es que la glándula tiroides del cuello segrega hormonas que llegan al cerebro, mismas que son necesarias para sentirse bien y que, si produce menos, la persona puede comenzar a sentirse infeliz (incluso si no hay otros problemas que cause la tiroides). La Enciclopedia de medicina de la Asociación Médica Americana hace una lista de los síntomas del hipotiroidismo: “debilidad muscular, calambres, bajo rendimiento del corazón, piel seca y escamosa, pérdida de cabello... podría haber aumento de peso” (Random House, 1989, p. 563), pero la Enciclopedia no menciona a la infelicidad o “depresión” como una de las consecuencias del hipotiroidismo. Supongamos que alguien comienza a experimentar debilidad muscular, calambres, piel seca y escamosa, pérdida de cabello y que ganara peso? ¿Cómo se sentiría? Deprimido probablemente. Por otra parte, así como el hipotiroidismo es una glándula tiroides que produce poco (hipo = poco), el hipertiroidismo es una glándula que produce mucho. Por consiguiente, si el hipotiroidismo causa depresión, parece lógico suponer que el hipertiroidismo produzca el efecto opuesto, esto es, que haga a la gente feliz. Pero esto no es lo que pasa. Como dice el siquiatra Mark Gold en su libro Buenas noticias sobre la depresión: “La depresión también sucede en el hipertiroidismo” (p. 150). ¿Y cuáles son las consecuencias del hipertiroidismo? El Dr. Gold dice que sudación excesiva, fatiga, palpitaciones del corazón, piel húmeda, frecuentes idas al baño, debilidad muscular y ojos protuberantes. De manera que tanto el hipo- como el hiper-tiroidismo causan problemas físicos en el cuerpo, y “depresión”. Esto es lógico: cuando nuestro cuerpo no está funcionando bien es difícil imaginarse otra cosa que sentirse emocionalmente mal. Pero nunca se ha probado que el hipotiroidismo afecte directamente los estados de ánimo, más bien es el efecto indirecto de sentirse enfermo físicamente lo que influye en nuestros estados anímicos.
Algunas personas creen que desequilibrios químicos relacionados con cambios hormonales pueden ocasionar “depresiones” debido a la supuesta causalidad biológica sobre los humores en las mujeres durante su ciclo menstrual. En lo personal, no encuentro convincente este argumento porque conozco muchas mujeres que no son afectadas durante sus ciclos. En su libro La búsqueda de la felicidad el profesor de sicología David Myers dice que este síndrome premenstrual es un mito (William Morrow & Co., 1992, pp. 84s). Desde luego, algunas mujeres experimentan molestias físicas debido a su menstruación: ¡el sentirse mal físicamente es razón para encontrarse de mal humor!
Otras personas creen que las mujeres experimentan indeseables cambios de humor en la menopausia debido a causas biológicas. Sin embargo, un estudio sicológico en la Universidad de Pittsburgh reportó en 1990 que: “En general, la menopausia no desencadena el estrés o depresiones en mujeres saludables; incluso mejora la salud mental de algunas”. Y de acuerdo a Rena Wing, una de las sicólogas que realizó el estudio: “Todos suponen que la menopausia es un evento que causa estrés, pero no hemos encontrado evidencia de este mito” (“El estrés menopáusico puede ser mítico”, USA Today, 16 julio 1990, p. 1D).
También está cundida la creencia que por razones biológicas las mujeres pasen un período deprimidas después del parto, la “depresión post-partum”. En su libro Cómo se forma un siquiatra el Dr. David Viscott cita a George Masslow, un médico que trabajando de obstétrico hizo el siguiente comentario: “Oye, Viscott, ¿realmente crees en la depresión después del parto? Habré visto unos dos casos en los últimos tres años y creo que es una mierda que ustedes [los siquiatras] se imaginaron para hacer negocio” (Pocket Books, 1972, p. 88). Una mujer que dio luz a ocho niños, que en mi opinión la califica como experta en el tema, me dijo que eso de entristecerse después de partos es cierto, pero que se lo atribuía a causas sicológicas. “No sé de causas fisiológicas”, dijo, “pero mucho de las sicológicas: te molesta cómo te ves” (esto se debe a que en nuestra sociedad se supone que la mujer debe ser delgada, y después del parto por un tiempo las mujeres no están así). También dijo que después del parto una mujer siente un gran “cansancio físico”, y éste es el comienzo de nuevas responsabilidades parentales que, si somos honestos, debemos admitir que son agobiantes. La llegada de estas responsabilidades y el reconocimiento de cómo afectan negativamente la libertad de la mujer, es una muy obvia causa no biológica de la depresión post-partum. Puede que no sea sino hasta el nacimiento mismo del niño que los padres se den cuenta de cómo sus vidas cambiaron para mal, pero una carta de una amiga mía que entonces tenía tres meses embarazada de su primer hijo, ilustra que la depresión asociada con el parto puede ocurrir antes del nacimiento. Dijo que constantemente lloraba porque pensaba que con un niño su vida nunca sería la misma, que sería una “prisionera” y que ya no tendría tiempo para hacer lo que quería en la vida. Una razón por la que estas causas sicológicas no son reconocidas y las “depresiones” atribuidas a causas biológicas, es nuestra renuencia a ver los sinsabores de la paternidad.
Otra teoría de depresiones causadas biológicamente es el ataque de embolia cerebral. Lo que hace que nos parezca más probable la causa neurológica que una reacción humana normal a la situación, es que el daño del ataque podría darse en el lado derecho del cerebro, que supuestamente causa excesiva alegría. Sin embargo, una lectura cuidadosa de la mayoría de libros y artículos sobre neurología no apoya la afirmación de que “alegrías excesivas” se deban a una lesión en el hemisferio derecho. En cambio, lo que la mayor parte de la literatura neurológica indica es que algunas veces este tipo de embolias produce la anosagnosia o falta de interés en los problemas de uno mismo (véase, por ejemplo, lo que dice el Dr. Oliver Sacks en El hombre que confundió a su esposa por un sombrero y otras historias clínicas, Harper & Row, 1985, p. 5).
Quizá el argumento más gastado es que los antidepresivos no servirían si la causa de la depresión no fuera biológica. Pero los antidepresivos no sirven. Como dijo el Dr. Peter Breggin en 1994: “No hay evidencia que los antidepresivos sean especialmente efectivos” (Replicándole con insolencia a Prozac, St. Martin’s Press, p. 200), esto es, en algunos estudios los placebos funcionan tan bien como el Prozac. Y aún en el caso que los llamados antidepresivos sirvieran, eso no demostraría una causa biológica de la depresión ¡de igual manera como el sentirse mejor con mariguana, cocaína o alcohol no demuestra una causa biológica!
Es curioso, pero una lectura cuidadosa de libros y artículos de aquellos siquiatras y sicólogos que creen en estas causas, generalmente revela causas sicológicas que la explican adecuadamente incluso cuando los autores creen que ese mismo caso ejemplifica la depresión biológica. Por ejemplo, en Oscuridad sacra: el viaje personal de un sicólogo para salir de su depresión (John Wiley & Sons, 1982), un libro autobiográfico del profesor de la Universidad de Yale Norman Endler, éste afirma que su infelicidad “estaba inducida bioquímicamente” (p. xiv), y páginas después añade: “mi trastorno afectivo era básicamente bioquímico y fisiológico” (p. 162). Pero por sus propias palabras es obvio que su depresión se debió a un amor no correspondido con una mujer con quien se involucró emocionalmente. Esta mujer, Ann, decidió cortar su relación (pp. 2-5) aproximadamente en tiempos en que Endler sufrió un revés en su carrera: perdió una beca de investigación (p. 23). A pesar de las afirmaciones de causalidad biológica, en ningún lugar del libro Endler cita pruebas médicas que muestren alguna clase de anomalías bioquímicas o neurológicas. Y obviamente no puede hacerlo, pues no existen pruebas científicas que muestren la presencia de enfermedades mentales, incluyendo tristezas o “depresiones” causadas biológicamente. Similarmente, en El cerebro quebrantado la profesora Nancy Andreasen pone el ejemplo de un tal Bill, un pediatra cuyas recurrentes depresiones, dice Andreasen, ilustran que “la gente que padece enfermedades mentales sufren de un cerebro enfermo o quebrantado [énfasis de la autora], no de un carácter débil, flojo o malo, o de fallos en la educación familiar” (p. 8). Andreasen no ve el hecho que la “depresión” de Bill ocurrió cuando su padre murió; cuando no le permitieron graduarse en la escuela de medicina en el tiempo debido; cuando a su esposa le dio cáncer y murió; cuando su segunda esposa le fue infiel y fue arrestado por estado de ebriedad después de una riña con ella (que hasta salió en el periódico local), y cuando le suspendieron su licencia para ejercer su profesión debido al estigma causado por el “tratamiento” siquiátrico que recibió (pp. 2-7).
Una de las razones por las que la gente teoriza sobre causas biológicas de la “depresión” es que algunas veces se encuentran tristes por razones incomprensibles. Esto sucede debido a aquello que los analistas llaman inconsciente: “Las investigaciones de Freud causaron consternación mundial... Comparando la mente con un iceberg cuya mayor parte está sumergido y es invisible, nos dijo que la mayor parte de la mente es irracional e inconsciente y que sólo la cresta del preconsciente y consciente están visibles en la superficie. También sostuvo que la parte inconsciente, en gran parte sexual, guía más nuestras vidas que nuestra parte racional, a pesar que creamos que las cosas son precisamente de manera opuesta” (Ladas, et. al., El punto G y otros recientes descubrimientos acerca de la sexualidad humana, Holt, Rinehart & Winston, 1982, pp. 6s). En Libro elemental sobre sicoanálisis, el Dr. Charles Brenner dice: “La mayor parte del funcionamiento mental transcurre sin conciencia... Actualmente creemos que... las operaciones mentales decisivas para determinar la conducta del individuo... pueden ser básicamente inconscientes” (Int’l Univ. Press, 1955, p. 24). Un artículo de revista de 1990 reportó que: “Los científicos que estudian sujetos normales también encuentran evidencia que la mente está compuesta de ‘procesores’ especializados que operan debajo del nivel consciente... Freud parece haber estado en lo cierto acerca de la existencia de una vasta dimensión inconsciente” (U.S. News & World Report, 22 octubre 1990, pp. 60-63). Que las experiencias de la vida causen infelicidad o la llamada depresión no siempre es obvio, ya que generalmente los procesos y memorias relevantes están ocultos en las partes inconscientes de la mente.[1]
En lo personal, yo creo que la infelicidad o la llamada depresión siempre son el resultado de experiencias vivenciales. No existe evidencia convincente de que jamás esté causada por factores biológicos. El cerebro es parte de nuestra biología, pero no hay evidencia de que la infelicidad agobiante (“depresión”) sea biológica, de igual manera como los programas televisivos malos no están causados por un desperfecto electrónico en el televisor. “El punto es no cómo curarse, sino como vivir” (Joseph Conrad, citado en Thomas Szasz, El mito de la sicoterapia, Syracuse Univ. Press, 1988, contraportada). “Cuando los profesionales de salud mental señalan causas genéticas y bioquímicas espurias” de la depresión y recomiendan medicinas más bien que mejorar la vida, “inhiben el crecimiento personal y social” que necesitamos para evitar la tristeza y tener una vida llena de sentido (Dr. Peter Breggin, “Replicándole a Prozac” en Psychology Today, julio/agosto 1994, p. 72).


EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos. Sus folletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.

Actualización de 1998“...no existen pruebas clínicas sobre ‘desequilibrios químicos’ que puedan contribuir a la depresión” (Harvard Men’s Health Watch, publicado por la Escuela Médica de Harvard, diciembre 1998, p. 6).
[1] Nota del traductor: A pesar de la fascinante noción del inconsciente, en términos generales el legado de Freud, quien inició el oficio de la sicoterapia, no fue benigno — véase otro artículo de Lawrence Stevens en este mismo sitio web, Tesis contra la sicoterapias, y el libro que Stevens cita en el epígrafe de ese mismo artículo, Against therapy de Jeffrey Masson, traducido al español como Juicio a la sicoterapia (Chile: Cuatro Vientos, 1993).

http://www.antipsychiatry.org/sp-depre.htm

Esquizofrenia: una enfermedad inexistente


Esquizofrenia: una enfermedad inexistente por Lawrence Stevens, J.D.

Traducido por César Tort, Ciudad de México, México

La palabra “esquizofrenia” suena a un deslumbrante término científico que nos parece inherentemente creíble. En su libro Moléculas de la mente: la nueva ciencia de la sicología molecular, Jon Franklin, profesor de la Universidad de Maryland, le llama a la esquizofrenia y a la depresión “las dos formas básicas de enfermedad mental” (Dell Publishing Co., 1987, p. 119). De acuerdo con el artículo de portada de la revista Time (6 julio 1992), la esquizofrenia es “la más diabólica de las enfermedades mentales” (p. 53). Ese artículo añade: “Una cuarta parte de las camas de hospitales están ocupadas por pacientes de esquizofrenia” (p. 55). Libros y artículos como éstos y los hechos a los que se refieren (como la estadística de las camas de hospital) engañan a la mayoría de la gente para que crean que realmente existe una enfermedad llamada esquizofrenia. La esquizofrenia es uno de los grandes mitos de nuestra época. En su libro Esquizofrenia: el símbolo sagrado de la siquiatría, el Dr. Thomas Szasz dice: “En resumen, no existe tal cosa como la esquizofrenia” (Syracuse University Press, 1988, p. 191). En el epílogo de su libro Esquizofrenia: ¿diagnóstico médico o veredicto moral? el Dr. Theodore Sarbin, profesor de sicología en la Universidad de California en Santa Cruz (quien pasó tres años trabajando en hospitales) y el Dr. James Mancuso, profesor de sicología en la Universidad del Estado de Nueva York en Albany, dicen: “Hemos llegado al final del camino. Entre otras cosas, hemos tratado de establecer que al modelo de esquizofrenia sobre conducta indeseable le falta credibilidad. El examen nos hace concluir ineludiblemente que la esquizofrenia es un mito” (Pergamon Press, 1980, p. 221). En su libro Contra las terapias publicado en 1988, el Dr. Jeffrey Masson dice: “Ya existe conciencia sobre los peligros inherentes de etiquetar a alguien con una categoría de enfermedad como esquizofrenia, y mucha gente está comenzando a entender que no existe tal entidad” (Atheneum, p. 2). En lugar de ser una enfermedad auténtica, la llamada esquizofrenia es una categoría no específica que incluye casi todo lo que un ser humano puede hacer, pensar o sentir que desagrada mucho a otra gente (o a los que la “padecen”). De hecho, existen pocas “enfermedades mentales” que en un tiempo u otro no han sido llamadas “esquizofrenia”. Debido a que éste es un término que cubre casi todo lo que una persona puede pensar o hacer que molesta mucho a otros, es difícil definirla objetivamente. En general, las definiciones de esquizofrenia son vagas o inconsistentes entre sí. Por ejemplo, cuando le pregunté a un asistente del superintendente de un manicomio estatal que me definiera el término esquizofrenia, con toda seriedad respondió: “Personalidad dividida, ésa es la definición más popular”. Pero si buscamos en otro lado, por ejemplo en un folleto publicado por la Alianza Nacional sobre Enfermos Mentales titulado ¿Qué es la esquizofrenia?, éste dice: “La esquizofrenia no es personalidad dividida”. Asimismo, en su libro Es-qui-zo-fre-nia: hablemos claro a la familia y a los amigos, publicado en 1985, Maryellen Walsh dice: “La esquizofrenia es una de las enfermedades más malentendidas del planeta. La mayoría de la gente cree que significa tener una personalidad dividida, pero están equivocados. La esquizofrenia no es que la personalidad se fragmente en múltiples partes” (Warner Books, p. 41). La segunda edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-II) de la Asociación Psiquiátrica Americana, publicado en 1968, define la esquizofrenia como “disturbios característicos del pensamiento, humor o conducta” (p. 33). Esa definición presenta la dificultad de ser tan genérica que se le podría atribuir a casi cualquier cosa que a la gente le desagrade o que considere anormal, por ejemplo, cualquier llamada enfermedad mental encuadra en tal definición. En el prólogo al DSM-III, el Dr. Ernest Gruenberg, director del Comité de la Asociación Psiquiátrica Americana sobre Nomenclatura, dijo: “Consideremos, por ejemplo, el trastorno mental llamado ‘esquizofrenia’... Incluso si el comité se lo hubiera propuesto, no habría podido estar de acuerdo acerca de qué es el trastorno” (p. ix). La tercera edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, publicada en 1980 y comúnmente denominada DSM-III, también fue sincera sobre la vaguedad del término: “Los límites del concepto esquizofrenia no son claros” (p. 181). La revisión publicada en 1987, DSM-IIIR, contiene una declaración similar: “Debe notarse que no hay característica alguna que esté invariable o exclusivamente presente en la esquizofrenia” (p. 188). DSM-IIIR también dice lo mismo de un diagnóstico similar: “El término ‘trastorno esquizo-afectivo’ se ha usado de diversas maneras desde que se introdujo como una subcategoría de la esquizofrenia, y representa uno de los conceptos más confusos y controversiales en la nosología siquiátrica” (p. 208). En el clima intelectual de hoy día, donde se cree que la enfermedad mental tiene causas biológicas o químicas, es especialmente instructivo lo que el DSM-IIIR dice acerca de las causas físicas del concepto esquizofrenia. El manual dice que el diagnóstico de tal enfermedad “se hace solamente cuando no puede establecerse que un factor orgánico inició y mantuvo la alteración” (p. 187). Subrayando esta definición de “esquizofrenia” como no biológica está la edición de 1987 del Manual Merck de diagnóstico y terapia, que dice que un diagnóstico de esquizofrenia se hace sólo cuando la conducta en cuestión “no se debe a un trastorno mental orgánico” (p. 1532). En contraste con esta declaración se encuentra la del siquiatra Fuller Torrey en su libro Sobreviviendo a la esquizofrenia: un manual para la familia, publicado en 1988. Torrey dice: “La esquizofrenia es una enfermedad del cerebro, ahora definitivamente conocida como tal” (Harper & Row, p. 5). Desde luego, si la esquizofrenia es una enfermedad cerebral, entonces es orgánica. Sin embargo, la definición oficial de esquizofrenia sostenida y publicada por la Asociación Psiquiátrica Americana en su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales por muchos años excluyó específicamente las condiciones orgánicas como causales en la definición de esquizofrenia. No fue sino hasta la publicación del DSM-IV en 1994 que se removió tal exclusión. En Sobreviviendo a la esquizofrenia, el Dr. Torrey reconoce que lo que explica esto son “las actuales teorías sicoanalíticas y de interacción familiar sobre la esquizofrenia” (p. 149). En el journal Nature (10 noviembre 1988), el geneticista Eric Lander de la Universidad de Harvard resumió la situación así: “Potter Stewart, el finado juez de la Suprema Corte, declaró en un caso célebre de obscenidad que, aunque no podía definir rigurosamente la pornografía, ‘Sé cuando la veo’. Los siquiatras se encuentran en una posición muy similar respecto al diagnóstico de esquizofrenia. Después de ochenta años de haberse acuñado el término para describir una condición devastadora que involucra una división mental entre las funciones del pensamiento, emoción y conducta, no contamos con una definición universalmente aceptada de esquizofrenia” (p. 105). De acuerdo al Dr. Torrey en el citado libro, la llamada esquizofrenia incluye varios y muy diversos tipos de personalidades. Están, por ejemplo, los esquizofrénicos paranoicos quienes tienen “ilusiones y/o alucinaciones” que son ya sea “persecutorias o grandiosas”; los esquizofrénicos heberfénicos, quienes tienen un padecimiento donde “las ilusiones del pensamiento generalmente están ausentes”; los esquizofrénicos catatónicos, quienes se caracterizan por “posturas, rigidez, estupor y mutismo” — en otras palabras, están sentados inmóviles —; y los esquizofrénicos simples, quienes exhiben “una falta de interés e iniciativa” como los catatónicos (aunque no tan severa) pero que a diferencia de los paranoicos, tienen “ausencia de ilusiones o alucinaciones” (p. 77). La edición de 1968, el DSM-II, indica que una persona que es muy feliz (que experimenta “júbilo prolongado”) puede definirse como esquizofrénica por esta razón (“esquizofrenia esquizoafectiva tipo excitado”), pero también infeliz (“esquizofrenia esquizoafectiva tipo deprimido”) (p. 35), y la edición de 1987, el DSM-IIIR, indica que una persona puede ser diagnosticada de esquizofrénico ¡porque no muestra ni felicidad ni tristeza! (“no hay signos de expresión afectiva”) (p. 189), a lo que el Dr. Torrey le llama esquizofrenia simple (“emociones aplanadas”) (p. 77). De acuerdo al siquiatra Jonas Robitscher en su libro Los poderes de la siquiatría, la gente que tiene ciclos de tristeza y felicidad, el llamado maniaco-depresivo (“trastorno bipolar”), también puede denominarse esquizofrénico: “Muchos casos diagnosticados de esquizofrenia en Estados Unidos serían diagnosticados como enfermedad maniaco-depresiva en Inglaterra o en Europa Occidental” (Houghton Mifflin, 1980, p. 165). De manera que los supuestos “síntomas” o características que definen la “esquizofrenia” son de verdad genéricas, y definen a la gente como teniendo una clase de esquizofrenia, tengan ilusiones o no, alucinen o no, estén inquietos o catatónicos, felices o tristes o ninguno de los dos; o que cambien cíclicamente entre felicidad y tristeza. Como ninguna causa física de la “esquizofrenia” se ha encontrado (como veremos posteriormente), esta “enfermedad” puede definirse únicamente en términos de “síntomas” que pueden llamarse ubicuos. Como dijo el abogado Bruce Ennis en su libro Prisioneros de la siquiatría: “La esquizofrenia es un término tan genérico y cubre una gama tan amplia de comportamientos que hay pocas personas que no podrían, en un tiempo u otro, ser consideradas esquizofrénicas” (Harcourt Brace, 1972, p. 22). Generalmente, a las personas obsesionadas con ciertos pensamientos o que se sienten compelidos a hacer cosas como lavarse las manos repetidamente, se les considera que padecen de una enfermedad siquiátrica llamada “trastorno de obsesión compulsiva”. Sin embargo, a la gente con pensamientos obsesivos o conducta compulsiva también se les ha llamado esquizofrénicos (como lo hace el Dr. Torrey en Sobreviviendo a la esquizofrenia, pp. 115-116). En ese libro, el Dr. Torrey concede que es imposible definir lo que la esquizofrenia es: “Se han establecido las definiciones de la mayoría de las enfermedades de la humanidad... En casi todas existe algo que puede verse o medirse, y esto puede usarse para definir la enfermedad y separarla de los estados de salud. ¡Pero no con la esquizofrenia! Hasta la fecha no tenemos tal cosa que pueda medirse o de la que podamos decir: efectivamente, esto es la esquizofrenia. Por lo mismo, la definición de esa enfermedad es fuente de gran confusión y debate” (p. 73). Lo que en lo personal me intriga es cómo reconciliar esta declaración con otra del Dr. Torrey en el mismo libro, misma que cité arriba y que completaré a continuación: “La esquizofrenia es una enfermedad del cerebro, ahora definitivamente conocida como tal. Es una verdadera entidad científica o biológica como la diabetes, la esclerosis múltiple y el cáncer son entidades científicas y biológicas” (p. 5). Pero ¿cómo puede saberse que la esquizofrenia sea una enfermedad cerebral cuando no sabemos lo que la esquizofrenia es? La verdad es que la etiqueta esquizofrenia, como las etiquetas pornografía o enfermedad mental, indica desaprobación hacia lo que se dirige la etiqueta, y nada más. Al igual que “enfermedad mental” y “pornografía”, la “esquizofrenia” no existe en el sentido que existe el cáncer y las enfermedades del corazón; más bien existe sólo en el sentido que lo bueno y lo malo existen. Como con otras llamadas enfermedades mentales, el diagnóstico de “esquizofrenia” refleja los valores del que pronuncia esa palabra o del que “diagnostica”, valores sobre cómo la persona “debe ser”. Y esto generalmente va unido al supuesto que el pensamiento, emociones o conducta desaprobadas resultan de una anomalía biológica. Si tomamos en cuenta las muy diversas formas en que se ha usado, es claro que la “esquizofrenia” no tiene otro significado que: “Tal conducta me desagrada”. Debido a esto, pierdo algo de respeto hacia aquellos profesionales que trabajan en el campó de salud mental cuando los escucho usar la palabra esquizofrenia de manera que parece que están hablando de una enfermedad. Es como si alguien a quien tenía por intelectualmente íntegro le escucho decir que admira el traje nuevo del emperador. Si bien es cierto que el significado vernáculo de esquizofrenia como intrínsecamente inconsistente tiene sentido, usar el mismo término refiriéndose a una enfermedad revela que esta persona no sabe de qué está hablando. Cierto, muchos “profesionales” que trabajan en el campo de la salud mental y otros investigadores “científicos” persisten en creer que la esquizofrenia es una enfermedad real. Son como el gentío que observaba el traje nuevo del emperador incapaces de reconocer la verdad porque los demás decían que el traje era real. Como se puede observar en Index, un directorio de revistas para médicos, el mito de la esquizofrenia se ha difundido mucho; y como estos “científicos” creen que es real, entonces tratan de buscar causas físicas de la esquizofrenia. Como dijo el siquiatra William Glasser en su libro Adicción publicado en 1976: “La palabra esquizofrenia suena mucho a una enfermedad respecto a la cual algunos científicos prominentes se han engañado a sí mismos para encontrar su curación” (Harper & Row, p. 18). Ésta es una empresa tonta porque estos supuestamente prominentes científicos no pueden siquiera definir la “esquizofrenia”: no saben qué están buscando. De acuerdo a tres profesores de siquiatría de la Universidad de Stanford, “son dos las hipótesis que han dominado la búsqueda de un sustrato biológico de la esquizofrenia”, la hipótesis de la transmetilación y la hipótesis de la dopamina (Jack Barchas et al., “Hipótesis aminobiogénica de la esquizofrenia” en Sicofarmacología: de la teoría a la práctica, Oxford Univ. Pr., 1977, p. 100). La primer hipótesis está basada en la idea que la “esquizofrenia” podría causarse por “una formación aberrante de los aminos metilados” similares al placer alucinógeno de la droga mezcalina en el metabolismo de los llamado esquizofrénicos. Después de repasar varios intentos para confirmar esa hipótesis, concluyen: “Más de dos décadas después de la introducción de la hipótesis de la transmetilación, no se pueden sacar conclusiones acerca de su relevancia con la esquizofrenia” (p. 107). El profesor de siquiatría de la Universidad de Columbia Jerrold Maxmen describe brevemente la segunda de las principales hipótesis de la esquizofrenia, la hipótesis de la dopamina. En su libro La nueva siquiatría publicado en 1985 dice: “Muchos siquiatras creen que la esquizofrenia tiene que ver con una actividad excesiva del sistema receptor de dopamina... Los síntomas del esquizofrénico provienen parcialmente de que los receptores sean atiborrados con dopamina” (Mentor, pp. 142 &154). Pero en un artículo de los tres profesores de Stanford mencionados, éstos dicen que “confirmación directa que la dopamina se encuentra involucrada en la esquizofrenia sigue eludiendo a los investigadores” (p. 112). En su libro de 1987 Moléculas de la mente, el profesor Jon Franklin dice: “En pocas palabras, la hipótesis de la dopamina está equivocada” (p. 114). En el mismo libro, el profesor Franklin describe sagazmente los esfuerzos para encontrar otras causas biológicas de la llamada esquizofrenia: “Como siempre, la esquizofrenia fue la enfermedad que produjo índices. Durante los 1940s y 1950s cientos de científicos se ocuparon en un tiempo u otro a experimentar con muestras de esquizofrénicos y con sus fluidos. Probaron la conductividad de la piel, las células en cultivo, analizaron la sangre, la saliva, el sudor y miraban reflexivamente los tubos de ensayo con orina esquizofrénica. El resultado de todo esto fue una continua serie de anuncios que ésta o aquella diferencia se había encontrado. Por ejemplo, uno de los primeros investigadores afirmó haber aislado una sustancia de orina que hacía que las arañas hicieran telarañas extravagantes. Otro grupo pensó que la sangre de los esquizofrénicos contenía un metabolito anómalo de adrenalina que causaba alucinaciones. Hubo incluso uno que propuso que la enfermedad era causada por deficiencia vitamínica. Todo esto ocasionó grandes noticias en los periódicos, mismos que anunciaban que el enigma de la esquizofrenia había, por fin, sido resuelto. Desgraciadamente, al analizar de cerca estas investigaciones ninguna resultó sólida” (p. 172). Otros esfuerzos para probar la base biológica de la llamada esquizofrenia incluyen escaneos cerebrales de gemelos idénticos cuando sólo uno se supone que padece el mal. Si bien éstos muestran que el llamado esquizofrénico tiene un daño cerebral que el otro no tiene, la causa de esto es que le han dado neurolépticos: unas drogas que lesionan el cerebro con el pretexto de “tratarlo” para su llamada esquizofrenia. Son estas drogas nocivas, no la llamada esquizofrenia, lo que causó el daño cerebral. De hecho cualquier persona tratada con ese tipo de drogas sufriría esos daños. El hacerle esto a gente excéntrica, molesta, imaginativa o trastornada lo suficientemente para llamarlos esquizofrénicos es una de las consecuencias más tristes e imperdonables del mito de la esquizofrenia. La nueva guía Harvard de siquiatría, publicada en 1988, Dr. Seymour Kety, profesor emérito de neurociencia en siquiatría y el Dr. Steven Matthysse, profesor asociado de sicobiología, ambos de la Escuela Médica de Harvard, dijeron: “Una lectura imparcial de la literatura reciente no nos proporciona la esperada clarificación de la hipótesis de la catecolamina, ni provee evidencia persuasiva sobre otras diferencias biológicas que pueden caracterizar los cerebros de pacientes que padecen una enfermedad mental” (Harvard Univ. Press, p. 148). La creencia en las causas biológicas de las llamadas enfermedades mentales, incluyendo la esquizofrenia, no proviene de la ciencia sino del autoengaño: el deseo de eludir las causas ambientales que hacen que la gente se trastorne. El perpetuo fallo de tanto esfuerzo de encontrar una causa biológica de la llamada esquizofrenia sugiere que ésta pertenece a la categoría de conductas inaceptables social y culturalmente, y no a la categoría biológica de “enfermedad” donde mucha gente la coloca conceptualmente.
EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos. Ha publicado una serie de folletos acerca de varios aspectos de la siquiatría incluyendo las drogas siquiátricas, el electroshock y la sicoterapia. Sus folletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.

Actualización de 1998“La etiología de la esquizofrenia es desconocida... Es muy común creer que ésta tiene una base neurológica. La teoría más importante es la de la dopamina: que la esquizofrenia se debe a la hiperactividad de las vías dopaminérgicas del cerebro... Otros estudios se han enfocado en anormalidades funcionales a través de experimentos con imágenes cerebrales y con sujetos de control. Hasta la fecha ningún hallazgo explica adecuadamente la etiología y patogénesis de esta compleja enfermedad”. Esto lo dicen las siguientes personas: el Dr. Michael Murphy (miembro clínico de la Escuela Harvard de Siquiatría; el Dr. Ronald Cowan (ibid.); y el Dr. Lloyd Sederer (profesor asociado en siquiatría clínica de la misma escuela). La cita proviene del libro de texto Anteproyectos en siquiatría (Blackwell Science, 1998, p. 1).

Actualización de 1999“La causa de la esquizofrenia no se ha determinado” — "The cause of schizophrenia has not yet been determined..." Reporte sobre salud mental del Médico General [de Estados Unidos], el Dr. David Satcher. Éstas son las palabras iniciales de una sección sobre la etiología (causa) de la esquizofrenia. Sin embargo, posteriormente el Médico General resumió varias teorías no probadas de la llamada esquizofrenia, y citó la posibilidad que como a los gemelos idénticos (a diferencia de los fraternales) se les etiquete de esquizofrénicos, eso sea evidencia de un factor genético en la enfermedad. El Médico General no tomó en cuenta algunos estudios que muestran que esa concordancia de gemelos es mucho más baja que la de los estudios en que se basa. Por ejemplo, en su libro ¿Es hereditario el alcoholismo? el Dr. Donald Goodwin cita estudios que muestran que en gemelos idénticos la proporción para la llamada esquizofrenia es tan baja como un 6% (Ballantine Books, 1988, p. 88), y asevera: “Sin proponérselo, los creyentes en la base genética de la esquizofrenia pueden diagnosticar casos de ‘esquizofrenia’ más de lo debido cuando de gemelos idénticos se trata” (ibid., p. 89). El Médico General cita anomalías cerebrales en personas llamada esquizofrénicos pasando por alto el hecho que generalmente están causadas por las drogas que les recetan. Por si fuera poco, se basa en la desacreditada hipótesis de la dopamina y promulga el uso de neurolépticos para la llamada esquizofrenia a pesar que estas drogas causan permanente daño cerebral. Este daño se evidencia en las palabras mismas del Médico General: distonia aguda, discinesia tardía y acatisia, que él calcula acaece en aproximadamente el 40% de las personas que toman esas drogas. Finalmente, en el citado reporte el Médico General infunde lo que probablemente es una falsa esperanza: que las nuevas drogas anti-sicóticas o anti-esquizofrenia son menos nocivas que las de antaño