jueves, 10 de mayo de 2007

ESAS PEQUEÑAS VOCES EN MI CABEZA Santiago Roncagliolo


Todos los meses me encuentro para tomar una cerveza con mi amigo Saúl, que es psiquiatra. Me entretiene escuchar sus casos clínicos. Y él disfruta contándolos. Una vez, tuvo que tratar a una mujer que se creía hombre. Otra, a un hombre que se creía montaña rusa.
Por lo general, en vez de años de psicoanálisis, Saúl recomienda frascos de pastillas para equilibrar el cerebro químicamente. Asegura que funciona. Como un cocinero de las emociones, conoce perfectamente el equilibrio necesario entre el litio y el prozac, entre el estimulante y el antidepresivo: la receta para la normalidad. Pero hace un par de días, me contó un caso nuevo, de una naturaleza inesperada, con el que no sabe qué hacer.
Se trata de un esquizofrénico. La esquizofrenia es un trastorno muy complejo, y su tratamiento puede ser extraordinariamente largo, pero este paciente presentaba rápidos avances. La primera vez que entró al consultorio, acababa de abandonar el trabajo con una baja clínica. Pero un trimestre y decenas de frascos de pastillas después, ya estaba reintegrándose en la sociedad. Consiguió un nuevo empleo y empezó a relacionarse con su entorno con libertad y naturalidad. Se volvió capaz de articular discursos con coherencia, incluso con sentido del humor. Nadie que no conociese su historia sospecharía que tenía un pasado disfuncional.
Saúl consideraba a este paciente uno de sus grandes éxitos profesionales y en alguna de nuestras esporádicas reuniones me había hablado de él con entusiasmo. Sin embargo, este lunes estaba desolado. Acababa de tener una cita con el paciente, y para su amarga sorpresa, la enfermedad había dado un inesperado giro.
Según Saúl, desde que el paciente entró en el consultorio notó que estaba trastornado. Se veía claramente desanimado y pálido. Cuando se sentó, fue como si se ofreciese en sacrificio.
-Doctor –dijo- ¿Recuerda que antes escuchaba voces en mi cabeza?
-Claro –contestó Saúl-, eran producto de la enfermedad ¿Has vuelto a oírlas?
-No, nunca más en los últimos meses.
-Excelente, estás haciendo rápidos progresos.
-Usted no entiende, doctor. Yo he venido a que me las devuelva.
-¿Perdón?
-Echo de menos a mis voces. Ellas al menos me hacían compañía. En cambio, la gente de verdad es muy difícil. Exige demasiado. Desde que no oigo mis voces, me siento muy solo. ¿Me las puede devolver, por favor?
-Bueno, no sé…
-Si no todas, al menos una. Quiero esa voz que decía: “tú no eres inferior, sólo eres especial”. Llevaba meses queriendo escuchar eso, y cada día lo necesito más. Afuera de mi cabeza, nadie me lo ha dicho nunca ¿Puedo recuperar esa voz, doctor?
Saúl no supo qué decirle. Hay recetas para estar sano, pero no para estar enfermo. Después de meses de orgullo, el mayor éxito psiquiátrico de mi amigo parece haberse convertido en su más rotundo fracaso.
Hoy he vuelto a llamar a Saúl, y aún no encuentra una solución.
¿Alguien tiene alguna sugerencia?
http://blogs.elboomeran.com/roncagliolo

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